Organizan en la sierra de Guerrero peleas y danzas para que llueva.

En los límites de las regiones Centro y Montaña de Guerrero los pueblos nahuas organizan ofrendas, danzas y “sacrificios” (peleas) para clamar por lluvias. El estado ha sido golpeado por 51 incendios en lo que va de 2024.

Guerrero - “Entre más daño es mejor”: el pueblo de Guerrero que organiza peleas y danzas para que llueva / Agencias Noticias

Guerrero | 04 May 2024 - 09:15hrs

La población de la Montaña de Guerrero subió al Tepehuehue para clamar a la naturaleza por la lluvia y fertilidad de la tierra, en un año crítico por la sequía e incendios forestales.

Lo hizo acompañada de los grupos de hombres que encarnan a los tres personajes que participan en los rituales: los tlacololeros, los kotlatlastin y los tecuanis.

Los tlacololeros representan a los campesinos que siembran en las laderas y los kotlatlastin al viento; éstos realizan danzas mientras los tecuan o tecuani (jaguares) pelean entre sí.

Es un sacrificio, dice Brayan de 14 años, minutos antes de ataviarse para transmutar en tecuan y pelear para ofrecer su fuerza y sangre al dios Tláloc.

Acatlán, comunidad de 10 mil habitantes, pertenece a los pueblos nahuas de Guerrero. Preserva una identidad cultural basada en su lengua, su cosmovisión del universo, la ritualidad a la naturaleza y la organización comunitaria.

La población se dedica a la agricultura, al comercio, a la elaboración de velas y confección de huipiles y enaguas bordadas a mano. Las nuevas generaciones cuentan con carreras profesionales.

Los rituales agrícolas, conocidos como Atzatzilistli, se practican del 25 de abril al 5 de mayo en el cerro de Oztotempan, en Atliaca, en los montes ceremoniales y manantiales de agua de Acatlán y Zitlala.

Además, los rituales también se realizan en las pinturas rupestres de origen olmeca –de dos mil 500 años de antigüedad– plasmadas en la cueva de Oxtotitlán.

Estos pueblos están ubicados en los límites de la región Centro y Montaña guerrerense, a poco más de hora y media de la capital del estado.

Es un sincretismo asociado a la festividad de San Marcos, a ceremonias y rituales para un buen temporal y a la adoración de la cruz cristiana.

La población se dedica a la agricultura, comercio, elaboración de velas y confección de huipiles. Foto: José Luis de la Cruz
Cada ceremonia tiene su particularidad. Hasta El Cruzco (cerro de la cruz) o Tepehuehue (el monte grande) de Acatlán, sitios sagrados, la población llega con fervor el 2 de mayo.

Lo hace desde la madrugada para recorrer 12 kilómetros cerro arriba, entre veredas y una docena de cruces en el camino a las que les son encendidas velas.

Para el excomisario Florencio Díaz Nejapa, más allá de pedir la lluvia, la ceremonia en el Tepehuehue es un clamor a la naturaleza.

“Todo esto es una petición de lluvias, pero siempre he dicho que es un clamor. Nosotros hacemos el grito de exclamación donde convocamos al fuego, a la madre tierra, al agua y a los vientos del norte.

“Son cuatro puntos cardinales, debemos tomar en cuenta los cuatro elementos fundamentales”, dice.

El compromiso del comisario o tlayacanqui, dice, es velar por el pueblo, por eso ofrenda y pide que haya fuego para que la madre tierra pueda ser fértil, que el agua se evapore para convertirse en lluvia y que los vientos den el oxígeno a la comunidad.

“Se viene a clamar, a pedir que tengamos una buena producción en el campo. Es la finalidad de toda la comunidad”.

Por la mañana, los tecuanis o tecuanes lanzan sus plegarias, hincados y en silencio en las tres grandes cruces y una roca que es un centro ceremonial que hay en el monte, prenden fuego y ofrendan sus trajes que simbolizan la piel del felino.

Al mediodía llegan los tlacololeros, con cadenas de cempasúchil, ramos de flores silvestres y velas. Lo hacen danzando y lanzando truenos con un chirrión en la mano.

Los pobladores aseguran que esa danza tan representativa del estado surgió en esta comunidad. Otros pueblos también reclaman su origen, como Chilpancingo y Chichihualco.

En el centro ceremonial además hay cuatro mujeres que portan una rama de tomoxóchitl, la flor del corazón de los cerros.

Sus novios, ataviados de tecuanis, se las entregaron como símbolo de un compromiso, un eventual casamiento.

El tomoxóchitl nace en los órganos que crecen en la cúpula de los encinos de 20 a 30 metros de altura y que se encuentran en el cerro o en los peñascos de las barrancas, explica Jesús Adonaí, profesor local.

Las peleas de los tecuanis o tecuanes se inician a la una de la tarde. Se dividen en adultos, jóvenes, adolescentes y niños.

Las máscaras prehispánicas del felino son elaboradas con cuero de res. Los peleadores portan trajes amarillos, rojos y verdes, así como guantes de boxeador cubiertos con piel de vaca curtida.

En la espalda, hasta debajo de la cintura, les cuelga una cola hecha de pañuelos rojos.

Son batallas feroces, en la que los peleadores llegan a sangrar de la boca o nariz. Ese es el ofrecimiento; mientras más daños, habrá más tierra fértil y mejores cosechas.

Brayan empezó a pelear a los ocho años. Se inició en la tradición porque ya lo hacían sus hermanos, su papá, tíos y abuelos.

“Siempre he pensado que sirve para pedir la lluvia. Cuando peleo al principio me siento nervioso, pero con energía porque estoy haciendo una gestión que va a ayudar a nuestro pueblo. Es como mi sacrificio”, dice hoy a sus 14 años.

De 73 años, Lucio Alegre Izoteco es un tecuan retirado. Su primera pelea la realizó cuando tenía 11 años. “Peleamos bien chingón”, recuerda.

A la par de las peleas, en otro punto se ha empezado a repartir el caldo rojo de gallina.

En la colecta que se realizó semanas antes y lo adquirido un día antes, las autoridades juntaron más de 50 aves de rancho, que fueron sacrificadas para dar de comer a la comunidad. También hay dos grandes tambos con tamales de frijol.

Pozole y mezcal
Poco después de las dos de la tarde se inicia el rosario principal. Los vecinos bajan las pesadas cruces de madera y se realiza una pequeña procesión. Cada cruz también ha sido adornada con una bandera de México.

“¡Alabemos y ensalcemos a la santísima cruz! ¡Y entre música y flores al corazón de Jesús!”, entonan los rezanderos y mujeres.

Luego las familias y participantes bajan hasta un punto conocido como Apatlakon, en el río Atempan.

Ahí son recibidos con música de una banda de viento y cohetes por parte de una comitiva de autoridades y exautoridades. Todos se dirigen al centro de la población para degustar un pozole y un mezcal.

La jornada ceremonial ha concluido y la gente lo celebra con un baile al ritmo de la banda.

Mientras, en el Tepehuehue, ya que el centro ceremonial está despejado, se escuchan los gritos de los Kotlatlastin o los hombres del viento.

Hacen una danza compuesta por alrededor de 50 hombres con vistosas camisas verdes con pañuelos y morrales de ixtle, pantalones blancos, máscaras de madera y largas trenzas multicolores.

Son guiados por el sonido de un teponaztli, una especie de tambor hecho con un tronco hueco de madera maciza.

Llevan otro tronco de un metro y medio, pintado en espiral. Servirá para que los danzantes tirados al suelo, boca arriba, realicen malabares con los pies.

Los kotlatlastin aguardan por horas en las partes más altas del centro ceremonial antes de hacer su aparición para su ritual, pues lo hacen sin ser vistos, lejos de la gente.

Jesús Macario es el segundo comisario del pueblo y es parte de la organización de la ceremonia. Explica:

“Es una herencia cultural que nos dejaron nuestros padres y a ellos nuestros ancestros, cuya vida está plasmada en cuevas”.

Dice que se busca un buen temporal por medio de la intercesión de los cuatro elementos de la naturaleza.

Cada año, agrega, participan de tres mil a cinco mil personas.

“Necesitamos posicionarnos como nuestra idea, nuestra mente y la cultura con la que crecimos. En esta ceremonia se participa desde que se tiene uso de razón, desde los siete años uno ya tiene ganas de vestirse, de participar, de ofrendar”.

Las danzas y ofrendas por las lluvias y cosechas se dan este año en medio de incendios forestales en el estado. De enero al 25 de abril último la Comisión Nacional Forestal reporta 51 incendios en Guerrero.

Aunque no es el más alto en número, sí está entre las entidades con mayor superficie afectada, con poco más de 19 mil hectáreas.

–Se vislumbra una sequía, hay muchos incendios forestales, ¿qué esperan para este año? –se le pregunta a Florencio Díaz.

–A simple vista puede que no haya muchas lluvias, pero confiamos en la otra parte, sí va a haber producción aquí, hasta la fecha todos los tiempos ha habido mucha, hemos subsistido y hemos caminado durante esta temporada y así queremos seguir.

Tenemos dos caminos, uno de nuestra creencia, que es occidental, que es la de católicos–cristianos y la otra es nuestra cultura prehispánica.